miércoles, 22 de enero de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo II



«El viejo citroen zx verde de Paco, conducido velozmente por su esposa Pepi, cruzó la Avenida Príncipe de Asturias de La Línea de la Concepción en dirección al Peñón de Gibraltar como una exhalación.
Era de madrugada y apenas había transeúntes por las calles de aquel noviembre plomizo y húmedo, así que no tuvieron mucha dificultad en llegar hasta las puertas de Urgencias del viejo Hospital Puerta de San Pedro en pocos minutos.
Paco llevaba varios días arrastrando un proceso febril acompañado de tos y dolor en el pecho que no había remitido con los antigripales habituales que tenía en el botiquín de su casa; por otra parte su médico de cabecera se encontraba de baja por enfermedad, y como Paco no se fiaba lo más mínimo del joven y barbilampiño sustituto que la Seguridad Social había puesto en su lugar, no dudó en acercarse al centro sanitario que gozaba de su completa confianza, uno de los hospitales de la ciudad, para intentar averiguar el motivo de su dolencia.
Paco Penas, hombre maduro curtido en la Refinería, se enfrentaba a su primera crisis de salud importante. Apenas recordaba unas anginas siendo muy joven y algún resfriado sin importancia, de esos que se curan espontáneamente con una par de pastillas, y una taza de leche bien caliente…o con un carajillo a las 7 de la mañana.
Pero esto le parecía más serio, de ahí su preocupación y su determinación en acudir al Hospital a pesar de su profunda fobia a las batas blancas.
Nada más llegar a Urgencias, un celador recoge a Paco en la misma puerta del coche con una silla de ruedas y lo introduce a través de un estrecho pasillo hasta la sala de espera, donde se hacinan casi un centenar de personas.
La sala es un hervidero de males, una amalgama de sentimientos, miserias, miedos y desesperación por los minutos y horas de espera. Conforme pasa el tiempo, Paco Penas va sintiendo los mismos síntomas que el resto de pacientes. Siempre fue algo hipocondriaco, así que intentó no dar importancia a sus dudas, respiró hondo y echó hacia atrás la cabeza mientras cerraba los ojos buscando unos minutos de relajación, si es que aquello era posible en aquel corral humano.
Al cabo de un cuarto de hora, aproximadamente, una voz masculina, profunda y autoritaria resuena en la sala, llamándolo a pasar en el cuarto de triaje.
¡¡FRANCISCO PENAS CRUZ!! ¡¡PASE!!
Paco se levantó pausadamente, ya que su estado febril no le permitía muchas alegrías. Su inseparable Pepi, siempre atenta, abre y cierra la puerta del cuarto de triaje con suma delicadeza. Paco, se adelanta un poco y haciendo el tímido intento de estrechar la mano de su interlocutor, dice:
Buenas noch…
¡¡SIENTESE!!
Paco esconde la mano con cierta vergüenza y obedece sin rechistar al enfermero que lo atiende, que continua haciendo gala de una portentosa voz grave que resuena cada vez que articula la más mínima palabra.
¿Qué le pasa?
Verá usted. Llevo unos días con malestar general, fiebre muy alta y algo de dolor en el pecho, así que se lo comenté a mi mujer y decidimos venir a…
¡¡¿Ha ido usted a su médico de cabecera?!! ¡¡¿eh?!!¡¡¿eh?!!
Pues mire precisamente…
¡¡Es que como usted comprenderá, si aquí empezamos a atender todo lo que tendría que ser atendido en su Centro de Salud, no hay manera!!
Ya, si no le digo que no, yo comprendo lo que usted…
¡¡No, no…usted no comprende nada, usted no comprende una miiiiieeeeerdaa!! ¡¡siempre estamos con lo mismo!! ¿sabe usted cuánta gente ha pasado por aquí en lo que llevamos de tarde? ¿eh? ¡¡¿eeeh?!! Pues un güevo de gente…y con usted, un güevo más uno, ¿me entiende? ¿¿eh??

Que sí, que le entiendo perfectamente, señor….pero…
¡¡PORQUE EN UN CENTRO DE SALUD TAMBIEN COBRAN!! ¿¿EH?? Y TRABAJAN LA MITAD QUE YO, ¿¿EH?? Y ASI DA GUSTO TRABAJAR Y PONER LA MANO A FINAL DE MES, TOCÁNDOSE LAS PELOTAS. PERO EN ESTE PUTO HOSPITAL NOSOTROS SOMOS UNA MIIIIIIIIEEEEEEERDA. ¿¿EH??.

Paco siempre fue una persona prudente y educada, así que no se toma el comentario como algo personal, y piensa bien las palabras antes de pronunciarlas, mientras el enfermero va tomándole la tensión arterial y mide la temperatura.
Y ahora me dirá usted que esto que le cuento no es problema suyo, ¿¿eh??
Pues mire, no lo estaba pensando, pero la verdad es que no es problema mío.
¿VE? ¿¿¡¡¡¡VEEEEE!!!??, NO ES PROBLEMA DE NADIE, PERO AL FINAL EL MARRÓN SE LO COME EL MIIIIIIIIIIIEEEEEERDA ENFERMERO DEL TRIAJE.
Y MIENTRAS EL DEL CENTRO DE SALUD TOCÁNDOSE LOS COJONES…¡¡POR FAVOOOR, QUE HAY QUE IR AL CENTRO DE SALUD!! ¿¿EH??
Ya lo he hecho, y me han mandado desde allí.
El enfermero se queda en silencio con cara de «tierra trágame» y casi sin mover un músculo sólo acierta a decir:
Ah…espérese ahí fuera que lo llamarán de la consulta 3.
La puerta del cuarto de triaje se cierra a espaldas de Paco, y vuelve a sumergirse entre la multitud de quejosas personas que aguardan su turno sentados en los rígidos asientos de plástico.
Poco después Paco comprueba que la actitud del «enfermero de triaje» es idéntica con todo el mundo. Sin duda algo perturba el carácter de este hombre, que incluso se comporta de igual manera con sus propios compañeros. Con su templanza habitual, disculpa la actitud del enfermero pensando que «aquí tienen mucho trabajo y habrá tenido un mal día. Todos tenemos derecho a tenerlo».

Al cabo de una hora y media, a Paco lo recibe un médico de espeso bigote en la consulta 3, que casi sin apartar la vista de los documentos que descansan sobre su mesa, comienza a rellenar papeles antes siquiera de intercambiar las primeras palabras con nuestro protagonista.
Paco explica con todo lujo de detalles sus últimas 48 horas, sin dejarse en el tintero ningún síntoma o reacción extraña que haya experimentado su recio organismo. Mientras, el doctor escribe, y escribe, y escribe….
Hay que hacerle pruebas es lo único que dice el doctor a Paco mirándole a los ojos.
Una enfermera acude a la llamada del doctor, y tras pedirle el brazo a Paco, le extrae unos cuantos tubos de sangres; poco después un celador lo conduce a una sala donde le hacen una radiografía de tórax.
¿Y ahora qué? pregunta al celador.
Tranquilidad y paciencia. Quédese en la Sala de Espera que ahora le llaman.
Tres horas más tarde, y tras una nueva consulta con el doctor bigotudo, se decide su hospitalización en el centro para averiguar el origen del proceso febril que le afecta.
Era una mala época para ponerse enfermo. Los rumores de una epidemia de gripe catastrófica llenaban hojas y hojas de periódicos de tirada nacional…cualquier caso de afección respiratoria, era tomada con suma cautela por el estamento médico. Así que se decidió el ingreso sin pasar por la Sala de Observación, directamente en Medicina Interna, situada en la tercera planta del Hospital. Nuestro infeliz paciente se encontraba en medio de un pasillo, donde había sido conducido de muy mala gana (y no de muy mejores maneras) por otro celador que tardó más de una hora en subirlo a la planta desde que Paco sabía de su “inminente” ingreso.
Paco Penas ya había escuchado hablar montones de veces del alto nivel de "prestancia", "diligencia" y "ganas de trabajo" del colectivo celador del hospital, así que no le pareció rara la espera. Una vez que llega a la planta, es invitado a ocupar una de las camas de las tres que componen su habitación, la 305 teniendo la mala suerte de corresponderle la de en medio.
Con mucha discreción, Paco pregunta a la enfermera de planta:
Disculpe, señorita. Me había comentado el doctor que me atendió en urgencias que podría tener la gripe esa tan famosa que hablan los telediarios…y me extraña que me pongan en la misma habitación con dos abuelos…no quiero contagiarles nada, ¿comprende?
No se preocupe, Francisco. Hemos hablado con el internista y nos ha dicho que no cree que sea la gripe. Quédese tranquilo.
Paco Penas, comprueba minutos más tarde que su ingreso será tan penoso como larga promete ser la noche: cuando mira a su izquierda descubre a un anciano completamente desquiciado, dando voces y golpes al aire, y sin un familiar que lo acompañe y lo calme.
A su derecha, otro anciano pero en muy mal estado. Tanto que (aunque el pobre hombre apenas tiene ya fuerzas para siquiera quejarse) se ve rodeado por media docena de familiares que lo velan en vida. Ante este panorama, Paco prefiere pasarse las horas pasillo arriba, pasillo abajo, dándole vueltas a la cabeza sobre «qué demonios tiene» y lo que es más importante... «¿tiene cura?».

La primera gran decepción de Paco Penas se produce a las 4 horas de su ingreso, cuando ya de noche, se acerca al mostrador de enfermería para solicitar «una pastillita o algo para poder dormir».
En ese momento alguien le pregunta...
¿Cuál es su habitación?
Hasta ese momento no había reparado en el número de habitación, lógico.....los nervios del ingreso, las prisas,.....
Sí, es la…305 o 315…no estoy seguro.
No, aquí no hay 315, debe ser la 305. Supongo que la cama de en medio, la del ingreso…usted es el 305-2…ahora le llevo algo para dormir.

La fatídica frase “usted es el 305-2”, sienta como una bofetada a Paco, que observa cómo su dignidad y su identidad sufren un importante revés. Ha dejado de ser Paco, para convertirse en el 305-2. Como si fuera un recluso más en una galería cualquiera de alguna anónima prisión.

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