miércoles, 26 de marzo de 2014

"EL PRETICANTE" (Lectura Online).- Capítulo XI



Negros nubarrones sobre la atormentada mente de nuestro querido Paco Penas, que apenas acababa de salir de un atolladero para encontrarse de bruces con un nuevo obstáculo en su ya frágil serenidad, que por otra parte ya había dado suficientes muestras durante todos estos días de estar hecha de un material especial, resistente a bombas nucleares.
Es irónico como un personaje como Basilio, ese decrépito, enfermizo, anoréxico y descerebrado anciano que atormentó a nuestro protagonista durante sus primeros momentos desde su ingreso, se había convertido de la noche a la mañana, en la única compañía "deseable" de la 305. Habían bastado unas horas para que Zé Manué el "Chori", el hijo de la Fen-nanda, se hubiera hecho acreedor del desprecio, asco y (por qué no decirlo) miedo de Paco; Basilio no era más que un angelito al lado de aquél aprendiz de Atila, que en una sola tarde puso en jaque a todo el personal de la planta.
El "incidente de las pastillas" se cerró con una enfermera desconfiada, un Paco Penas incrédulo ante lo que había presenciado, y un importante "colocón" de Zé Manué, aunque nadie diría tal cosa, pues se mantenía sentado en el sillón, con la mirada perdida y sin pestañear todo el tiempo.....quizás es que ese “colocón” era un estado de vigilia permanente en él.

La ventana de la habitación, siseó con fuerza y fue entonces cuando Paco Penas reparó en que el día había dejado de ser luminoso y claro. El cielo completamente rojo, amenazaba con descargar una tromba importante de agua; el viento empezaba a soplar con insistencia, enérgicamente, como queriendo zarandear los cimientos de aquél edificio que se había convertido en cárcel y sala de tortura a la vez, en gabinete de psiquiatría y laboratorio de experimentación,...todo un crisol de despropósitos encadenados que no hacían sino desmembrar la entereza de Paco. "No estaría de más que este temporal arrancara de cuajo este maldito hospital...", pensó.
Y para una vez que habló en voz alta, Dios accede a conceder su deseo...o al menos dio esa impresión. El temporal aumenta por momentos su agresividad y azota sin piedad los cristales de las ventanas, que reciben grandes cantidades de agua.
A la vista de la situación, y tras mirar fugazmente el reloj que adornaba su muñeca, Paco Penas
decide irse a la cama y descansar para que la noche pase rápidamente y amanezca un nuevo y esperanzador día.
Con el ruido de fondo de truenos, y el relampagueo de los rayos reflejándose en las paredes de la habitación, Paco comienza a quedarse profundamente dormido, pues al contrario que mucha gente, nuestro protagonista solía relajarse con el sonido del furor de la tormenta.

Pero parece que el destino ha decidido desde hace tiempo, que el momento de duermevela de Paco sea el elegido para el estallido de sus últimas desgracias.
De repente, siente como las sábanas que lo cubren se echan abajo descubriéndolo parcialmente, y alguien lo empuja hacia el otro lado de la cama.
- Amigasho, éshate a un laíto que no cabo.
- “Sí, claro, claro”..., responde Paco medio dormido, dándose la vuelta y cerrando nuevamente los ojos...un momento...Paco abre los ojos, y lleva una de sus manos hacia atrás palpando el cuerpo que reposa a su lado, como queriendo cerciorarse de que, efectivamente, no se trata de un sueño.
Las curtidas manos de Paco tocan un cuerpo huesudo que le resulta familiar...
- Ja-ja-ja...¿questasiendoooo??? ¿ta puesto cashondo, amigasho??? Oye, camí no me gujtan ejta cosa...a mi no me gujta er mariconeo, amigasho, deha ya de metem-me mano...
Paco Penas se sienta súbitamente en la cama
- Pero ¿qué haces en mi cama? ¡¡largo de aquí...!!
- Tranqui, tranqui, amigasho, que no hay que ponerze azín, que yo vengo duna familia desente y humirde, zemo gente zivilizá karreglamo laj coza converzionando zin llegá a la violensia...
- ¿¿Pero se puede saber que haces en mi cama??
¡¡vete a la tuya...!!
- Ozea, yo laría con musho gujto, amigasho, que no ej que yo zea un azaltadó de cama, ni ná por el ejtilo, ni ej que yo zea mozerzuá o como ze diga, aunque yo eza coza laj rejpeto que cada cuá haze con zu culo lo que crea portuno, ¿zabusté?
- ¡¡¡Que te vayas a tu camaaaa....!!!
- Güeno, güeno, no haze farta que me grite, que zoy yonqui pero no zordo, pero ej que no pueo meterme en la cama, porque ejtá mojá.
- ¿Cómo?
- Ozea, no ej porque yo ejté shungo de la póstuma ni tenga er muelle floho, ni ná de ezo, ¿zabusté?, ej que ze mestá lloviendo er techo enzima, amigasho.

Cuando Paco Penas enciende la luz, comprueba que el Chori (por una vez en su vida) dice la verdad. La ventana, la pared y el techo anexos a la ventana se encuentran empapados en agua. Unas goteras que dejan en pañales las cataratas de Iguazú, amenazan con provocar el hundimiento del Hospital cual Titanic.
- ¿ Pero cómo es posible esto en un hospital, por Dios?
Paco Penas llama al timbre, y tras cuatro sonidos de llamada, un enfermero aparece en la habitación.....
- ¿Qué desea?
- Que se nos viene encima la lluvia, oiga...
- Ostiiiiiiiiaaaaa… pues sí que hay agua…pero espérese un momento...
El enfermero se va unos segundos y vuelve con un mango de hierro en la mano.
- Eso es que no estaba bien cerrada la ventana, ahora mismo la pongo bien...
El muchacho coloca el mango, pero en vez de cerrar, abre más la ventana...una repentina racha de aire la abre de par en par, permitiendo que la furia del viento y la lluvia entren casi hasta la mitad del pasillo.
Servilletas de papel, vasos de plástico y hojas de periódico revolotean sin control por la estancia dando vueltas y vueltas, mientras las cortinillas que separan las tres camas (y que proporciona una leve intimidad a los enfermos) se mueven violentamente como queriendo escapar hacia la puerta de la habitación. La portada de un periódico se pega literalmente a la cara de Paco y provoca un nuevo resbalón con aterrizaje de nalgas. Atropelladamente y no sin dificultad, el enfermero consigue empujar las hojas de la ventana y cerrar con el mango de hierro. La paz vuelve a la 305. Parece como si todos hayan estado expuestos a una ducha durante un par de minutos.

- No se preocupen que ahora mismo traemos ropa seca y limpia y arreglamos las camas- dice el joven enfermero, empapado de pies a cabeza.

Paco Penas permanece inmóvil en el centro de la habitación, con los brazos en cruz separados del cuerpo, dejando que el agua gotee por la manga de la blusa y forme un pequeño charco en el suelo.
Mira las palmas de sus manos, húmedas, congeladas y pálidas del frío y se pregunta en qué momento enojó a Dios tanto como para que le castigara de aquella manera.
Una mano coge la parte baja de la blusa de Paco y le da dos pequeños tirones hacia abajo, intentando llamar su atención. Es Basilio, un Basilio cómicamente "duchado" por el temporal, y que ahora está despierto.
- ¿Qué pasa Basilio?-pregunta Paco.
- Tengo sed -responde el anciano...a lo que añade
Zé Manué...
- Po no zerá por farta dagua, cohone...

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