Negros
nubarrones sobre la atormentada mente de nuestro querido Paco Penas,
que apenas acababa de salir de un atolladero para encontrarse de
bruces con un nuevo obstáculo en su ya frágil serenidad, que por
otra parte ya había dado suficientes muestras durante todos
estos días de estar hecha de un material especial, resistente a
bombas nucleares.
Es
irónico como un personaje como Basilio, ese decrépito,
enfermizo, anoréxico y descerebrado anciano que atormentó a
nuestro protagonista durante sus primeros momentos desde su
ingreso, se había convertido de la noche a la mañana, en la única
compañía "deseable" de la 305. Habían
bastado unas horas para que Zé Manué el "Chori", el hijo
de la Fen-nanda, se hubiera hecho acreedor
del desprecio, asco y (por qué no decirlo) miedo de Paco; Basilio no
era más que un angelito al lado de aquél aprendiz de Atila, que en
una sola tarde puso en jaque a todo el personal de la planta.
El
"incidente de las pastillas" se cerró con una enfermera
desconfiada, un Paco Penas incrédulo ante lo que había presenciado,
y un importante "colocón"
de Zé Manué, aunque nadie diría tal cosa, pues se mantenía
sentado en el sillón, con la mirada perdida y sin pestañear todo el
tiempo.....quizás es que ese “colocón” era un estado de vigilia
permanente en él.
La
ventana de la habitación, siseó con fuerza y fue entonces cuando
Paco Penas reparó en que el día había dejado de ser
luminoso y claro. El cielo completamente rojo, amenazaba con
descargar una tromba importante de agua; el viento empezaba a soplar
con insistencia, enérgicamente, como queriendo zarandear los
cimientos de aquél edificio que se había convertido en cárcel y
sala de tortura a la vez, en gabinete de psiquiatría y laboratorio
de experimentación,...todo un crisol de despropósitos encadenados
que no hacían sino desmembrar la entereza de
Paco. "No estaría de más que este temporal arrancara de
cuajo este maldito hospital...", pensó.
Y
para una vez que habló en voz alta, Dios accede a conceder su
deseo...o al menos dio esa impresión. El temporal aumenta por
momentos su agresividad y
azota sin piedad los cristales de las ventanas, que reciben
grandes cantidades de agua.
A
la vista de la situación, y tras mirar fugazmente el reloj que
adornaba su muñeca, Paco Penas
decide
irse a la cama y descansar para que la noche pase rápidamente y
amanezca un nuevo y esperanzador día.
Con
el ruido de fondo de truenos, y el relampagueo de los rayos
reflejándose en las paredes de la habitación, Paco comienza a
quedarse profundamente dormido, pues al contrario que mucha
gente, nuestro protagonista solía relajarse con el sonido
del furor de la tormenta.
Pero
parece que el destino ha decidido desde hace tiempo, que el momento
de duermevela de Paco sea el elegido para el estallido de
sus últimas desgracias.
De
repente, siente como las sábanas que lo cubren se echan abajo
descubriéndolo parcialmente, y alguien lo empuja hacia el otro lado
de la cama.
-
Amigasho, éshate a un laíto que no cabo.
-
“Sí, claro, claro”..., responde Paco medio dormido, dándose la
vuelta y cerrando nuevamente los ojos...un momento...Paco abre
los ojos, y lleva una de sus manos hacia atrás palpando el cuerpo
que reposa a su lado, como queriendo cerciorarse de que,
efectivamente, no se trata de un sueño.
Las
curtidas manos de Paco tocan un cuerpo huesudo que
le resulta familiar...
-
Ja-ja-ja...¿questasiendoooo??? ¿ta puesto cashondo, amigasho???
Oye, camí no me gujtan ejta cosa...a mi no me gujta er
mariconeo, amigasho, deha ya de metem-me mano...
Paco
Penas se sienta súbitamente en la cama
-
Pero ¿qué haces en mi cama? ¡¡largo de aquí...!!
-
Tranqui, tranqui, amigasho, que no hay que ponerze azín, que
yo vengo duna familia desente y humirde, zemo gente zivilizá
karreglamo laj coza converzionando zin llegá a la violensia...
-
¿¿Pero se puede saber que haces en mi cama??
¡¡vete
a la tuya...!!
-
Ozea, yo laría con musho gujto, amigasho, que no ej que yo zea un
azaltadó de cama, ni ná por el ejtilo, ni ej que yo zea mozerzuá o
como ze diga, aunque yo eza coza laj rejpeto que cada cuá haze con
zu culo lo que crea portuno, ¿zabusté?
-
¡¡¡Que te vayas a tu camaaaa....!!!
-
Güeno, güeno, no haze farta que me grite, que zoy yonqui pero no
zordo, pero ej que no pueo meterme en la cama, porque ejtá mojá.
-
¿Cómo?
-
Ozea, no ej porque yo ejté shungo de la póstuma ni tenga er muelle
floho, ni ná de ezo, ¿zabusté?, ej que ze mestá lloviendo er
techo enzima, amigasho.
Cuando
Paco Penas enciende la luz, comprueba que el Chori (por una vez en su
vida) dice la verdad. La ventana, la pared y el techo anexos a la
ventana se encuentran empapados en agua. Unas goteras que dejan
en pañales las cataratas de Iguazú, amenazan con provocar el
hundimiento del Hospital cual Titanic.
-
¿ Pero cómo es posible esto en un hospital, por Dios?
Paco
Penas llama al timbre, y tras cuatro sonidos de llamada, un enfermero
aparece en la habitación.....
-
¿Qué desea?
-
Que se nos viene encima la lluvia, oiga...
-
Ostiiiiiiiiaaaaa… pues sí que hay agua…pero espérese un
momento...
El
enfermero se va unos segundos y vuelve con un mango de hierro en la
mano.
-
Eso es que no estaba bien cerrada la ventana, ahora mismo la
pongo bien...
El
muchacho coloca el mango, pero en vez de cerrar, abre más la
ventana...una repentina racha de aire la abre de par en par,
permitiendo que la furia del viento y la lluvia entren casi hasta la
mitad del pasillo.
Servilletas
de papel, vasos de plástico y hojas de periódico revolotean sin
control por la estancia dando vueltas y vueltas, mientras las
cortinillas que separan las tres camas (y que proporciona una leve
intimidad a los enfermos) se mueven violentamente como queriendo
escapar hacia la puerta de la habitación. La portada de un
periódico se pega literalmente a la cara de Paco y provoca un
nuevo resbalón con aterrizaje de nalgas.
Atropelladamente y no sin dificultad, el enfermero consigue empujar
las hojas de la ventana y cerrar con el mango de hierro. La paz
vuelve a la 305. Parece como si todos hayan estado expuestos a una
ducha durante un par de minutos.
-
No se preocupen que ahora mismo traemos ropa seca y limpia y
arreglamos las camas- dice el joven enfermero, empapado de pies a
cabeza.
Paco
Penas permanece inmóvil en el centro de la habitación, con los
brazos en cruz separados del cuerpo, dejando que el agua gotee por
la manga de la blusa y forme un pequeño charco en el suelo.
Mira
las palmas de sus manos, húmedas, congeladas y pálidas del frío y
se pregunta en qué momento
enojó a Dios tanto como para que le castigara de aquella manera.
Una
mano coge la parte baja de la blusa de Paco y le da dos pequeños
tirones hacia abajo, intentando llamar su atención. Es Basilio, un
Basilio cómicamente "duchado" por el temporal, y que
ahora está despierto.
-
¿Qué pasa Basilio?-pregunta Paco.
-
Tengo sed -responde el anciano...a lo que añade
Zé
Manué...
-
Po no zerá por farta dagua, cohone...
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