No
es que Paco fuera persona desagradecida o particularmente exigente
con las mínimas comodidades que un centro hospitalario de la red
pública andaluza pudiera ofrecerle, aunque haya podido parecerlo
hasta ahora. Al fin y al cabo la familia Penas era de origen muy
humilde: pescadores, estibadores de puerto y obreros de la
construcción y metalurgia. La inmensa mayoría de la familia
Penas, había hecho honor al apellido desde el comienzo hasta la
conclusión de sus erráticas vidas. El único caso familiar de
"estatus social alto" era el de un primo de Paco que
estudió derecho en la Complutense en los años 70; aunque a
mediados de los 80 se dedicó a su deporte favorito, el
levantamiento de vaso de tubo en barra libre (para lo que sin duda
hubiéramos disfrutado de
campeón y medalla de oro durante 3-4 olimpiadas
seguidas). De esta absurda manera, el bueno de Diego Penas (el primo
de Paco) dilapidó sus ahorros y su escasa reputación, a la vez que
en la Justerine & Brooks colgaban su foto enmarcada como
cliente del año durante una década...
Pero
dejemos de divagar sobre la enjundia del apellido Penas.....
Nuestro
triste protagonista veía pasar las horas encerrado entre cuatro
sobrias paredes que parecían observarlo con la insana intención de
echársele encima al pobre Paco.
La
ventana, la pared, la puerta...sus ojos trazaban una y otra vez un
recorrido que empezaba a ser cansino, monótono y poco alentador para
una persona con tan frágil espíritu.
De
vez en cuando se refugiaba en su fiel radio de bolsillo que le
acompañó desde los primeros momentos de su desdichado ingreso en el
Hospital, y hubiera seguido siendo un excelente compañero de viajes
de no ser porque las pilas alcalinas, por mucho que digan los
incansables conejitos del anuncio, siempre tienen un
inexorable final. La ventana, la pared, la
puerta...
A ratos, alguna enfermera o alguna auxiliar aparece en
la habitación ataviada de una serie de complementos que los hace
parecer sanitarios espaciales de la NASA: guantes, batas, patucos... incluso
los hay que entran con mascarillas y con gorro.
Paco
no termina de entender, a qué viene tanta precaución...y por qué
algunos toman una serie de medidas preventivas extenuantes
(despojándose de la ropa desechable y lavándose las manos dentro de
la habitación) mientras otros apenas siguen la mitad de estas
engorrosas precauciones a rajatabla.
La
ventana, la pared, la puerta...
Ese
día el médico se olvida de él...o al menos eso es lo que piensa
Paco, que ve como las manillas del reloj avanzan con una lentitud
desesperante, como si cada minuto constara de 500 segundos, y cada
segundo transcurriera en lo que normalmente pasan cuatro.
La
ventana, la pared, la puerta... La puerta...¿se abre?
Efectivamente,
la puerta se va abriendo poco a poco, y la esquelética figura de Zé
Manué asoma bajo el dintel empujando mansamente el pomo.
-
Amigashoooo... ¿cómo ejtáh?
Paco
Penas (quién se lo iba a decir), siente una extraña alegría
al observar a su ex-compañero de habitación....un ser vivo sin
ningún tipo de protección, por fin....un momento.... ¿¿¡¡sin
protección!!??
-
¡Pero hombre, qué haces ahí sin ponerte nada!
-
Naaaa, tu tranquilo amigasho, zi yo ya tengo en er cuerpo bisho má
pinigrozo quer que tu tiene ner culo, zeguro, ja-ja-ja-ja.
-Y¿qué
quieres?
-
Naa, que mandejao zolo en er cuarto ystaba emburrío, ¿zabusté? ej
que no dehan a nadie de mi hente que me vizite, porque disen que yo
lo mijmo he cohío er bisho de loj cohone ¿zabusté?
-
¿Que también te han aislado?
-
Po zí, amigasho, yo tambien tengo er cotíleo difísil,
pol-lo vijto.
-
Y si estás aislado… ¿qué haces aquí?
-
Po naaaa, venía a bujcarte, amigasho, que no vea la que pazao pa
encontral-lo. He ío habitasión por habitasión, preguntando po ujté
Paco
se echaba las manos a la cabeza y se tapaba los ojos mientras negaba
con la cabeza...el dichoso bichejo tenía que estar campando a sus
anchas por toda Medicina Interna, por obra y gracia del Chori. Se
escuchan unos gritos en el pasillo. “¡¡José
Manuel!! ¿Dónde estás?”...movimiento nervioso
de pasillos. Zancadas a paso ligero, puertas que se
abren, e incluso el ruido de un transmisor portátil típico de
los señores de Seguridad.
“No,
por aquí no está; ve por la escalera de atrás...sí
yo sigo en la Tercera....” Zé Manué, con los
ojos muy abiertos, sin pestañear y ante el tumulto que escucha fuera
le dice a Paco...
-
Ofú, amigasho, creo que la he liao otra vé...
-
Me parece que sí...
-
Güeno, po me ví a bajá a la zegunda planta, questa gente
zeguro que no me va bujcá en matennidá...
-
Nooooo, hombre de Dios, ni se te ocurraaaaaa… En ese momento, la
puerta se abre de nuevo y tres
enormes
señores vestidos de verde y caqui, con aire paramilitar y
transmisor en mano, se abalanzan hacia el Chori, y
protagonizan una escena semejante a la captura del Ñu por
parte de tres leones de la sabana africana.
Aunque
en este caso el Ñu pone vestidos de limpio a los leones.
-
¡Yo me ví cagá en la zorraputa de tu mare!-dice el Chori.
-
¡Que te calles ya!
-
¡No me pongah la mano ensima que zoy pinigroso, que tu no zabe con
quien ejtá hablando!
-
¡Ahora mismo te vamos a sujetar en tu cama un rato!
-
¡¡Zujétate tu un güevo!!
Dos
de los de Seguridad llevan en volandas al Chori
mientras éste grita a pleno pulmón.
-
Chanaaaaaaa, onde está la Chanaaaaaaaaaa, tengo deresho a una
llamááááá, que lo vijto en laj pinícula, dejarme hablá con la
Chanaaaaaaaaaaaaaaaaa.
El
tercer "león", se sacude un poco la ropa y resopla cansado
y tras avisar por el transmisor al resto de sus compañeros con un
“todo controlado” se dirige a Paco.
-
Ya pasó todo, ¿usted está bien?
-
Yo perfecto, pero ¿no deberían haber entrado con protección.
-
¿Ah sí?
-
Y sus compañeros, ¿no deberían haberse lavado las manos antes de
salir?
El
fornido muchacho de Seguridad se encoje de hombros, y sólo acierta
a responder
-
Que tenga un buen día.
Y
así, Paco volvió a meterse en la cama mientras al fondo oía los
alaridos del Chori que inundaban el pasillo de Medicina Interna.
Todo
volvía a la normalidad.
La
ventana, la pared, la puerta...
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