martes, 4 de octubre de 2016

AÚN HABITO ENTRE LOS MUERTOS (relato corto.- 2016)

           




                                                 AÚN HABITO ENTRE LOS MUERTOS

                 Primer Premio del III Concurso de Diarios de Viaje de "Nómadas" RNE 2016.


                                                                                              22 de junio de 2016
Cuando acabe el día seguiré entre los muertos.
Al alba Génova nos recibió con el cielo más luminoso que recuerdo desde que llegué a Italia, hace cuatro días, y mi ánimo creció tras el primer capuccino caliente con focaccia de tomate y orégano. Teníamos la jornada de hoy marcada en rojo en el calendario del viaje, y llevábamos  meses… años, esperando este momento.
 Me decían algunos amigos que ya habían visitado la capital de la Liguria, que Génova carece de atractivos. Y más que nunca me convenzo de que, ese tipo de opiniones, dependen del nivel de expectativas que el viajero acumule en su mochila. La mía en particular, iba vacía, pues siempre encontramos motivos, lugares, sensaciones y momentos capaces de marcarnos de por vida en cualquier ubicación del mundo, por extraño que parezca. 
Así que no me defraudó lo más mínimo contemplar la Piazza Ferrari al mediodía con sus fachadas monumentales, y el Teatro Carlo Felice capaz de transportarte a la lejana Roma imperial a través de su entablamento y columnata. 
Tampoco me defraudó la Catedral de San Lorenzo, espigada y orgullosa, con sus bandas marmóreas horizontales, blancas y negras. 
No me defraudó la Vía Garibaldi ni sus palacios: el blanco, el rojo… a cual más espectacular. Vecinos de la misma calle y a la vez rivales, tratando cada uno de robar el corazón del visitante con sus múltiples virtudes.
Pero lo que en realidad cautivó mi espíritu fue la visita de la tarde, tras la degustación de aquel  pesto genovés regado de buen vino tinto de la casa, que regaló a nuestros paladares los  sabores más maravillosos del día. 
Tras la obligada parada del almuerzo, tomamos el autobús que nos llevaba hasta las mismas puertas del Cementerio de Staglieno, al norte de la ciudad. 
Qué difícil resulta describir con palabras lo hermoso de un lugar donde la muerte y el arte se abrazan; donde los mejores escultores italianos de la época dejaron su impronta con esculturas conmovedoras, llenas a la vez de esperanza y dolor. 
Ángeles que toman en sus brazos a quien deben ayudar a cruzar al otro lado, familiares esculpidos al más mínimo detalle  en el momento del máximo sufrimiento al despedir al ser querido. Imágenes, terroríficas, mostrando la cadavérica muerte aferrando inmisericorde el inocente brazo del finado… Galerías y galerías llenas de esculturas que loan la muerte y la vida, provocando al visitante sensaciones contradictorias que van desde el rechazo a lo amargo y desconocido, hasta el éxtasis por la contemplación del arte llevado a una de sus máximas expresiones, justo en el lugar donde ya no hay vuelta atrás. De donde jamás se regresa. 
Hay quien me mira como un bicho raro por visitar un cementerio. A esos les digo que nunca antes he visitado un museo más bello al aire libre… al aire eterno.

Es por eso que mi mente seguirá allí por lo que queda del día y de viaje. 
Por ello aún habito entre los muertos.




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